Constantinopla

"En el siglo V podía calcularse la población de Constantinopla, excluyendo los suburbios, en una cifra aproximada al millón de habitantes. Mantuvo este nivel, más o menos, hasta la conquista latina, después de la cual decayó rápidamente, hasta bajar a menos de cien mil en 1453. El área de la ciudad era aún mayor de lo que tal población hubiera requerido. La base del triángulo en que se asentaba tenía unas cinco millas; las murallas terrestres construidas por Teodosio II se extendían de una parte a otra en una doble línea desde el Mármara hasta el Cuerno de Oro, atravesadas por once puertas, alternando las militares con las civiles. Desde cada extremo partían las murallas marítimas, que recorrían cada una una extensión de siete millas. Como la vieja Roma, Constantinopla podía alardear de siete colinas; estas se elevaban bruscamente sobre el Bósforo y el Cuerno de Oro.

El viajero que llegaba por mar, del sur o del oeste, veía al aproximarse a la ciudad, a la derecha, las cúpulas y pórticos del Gran Palacio, detrás Santa Sofía, y los jardines que se extendían a lo largo del Bósforo, luego la inmensa muralla curva que sostenía el extremo sur del Hipódromo, elevándose por encima del puerto del Palacio, la iglesia de san Sergio y san Baco y un distrito de menos altura. A intervalos, y a la izquierda, la muralla marítima, con sus torres, se quebraba para dejar paso a un pequeño puerto artificial, destinado a los navíos que no querían dar la vuelta al Cuerno de Oro. Alrededor de estos puertos se apiñaban las casas; detrás, especialmente, en el valle del pequeño río Licus, había huertos e incluso campos de trigo, pero la cima de la colina estaba dominada por la iglesia de los Santos Apóstoles y otros grandes edificios. En la ribera se encontraba el populoso distrito de Studium con su famoso monasterio. Detrás, la línea cimera de las murallas terrestres se veía descender hacia el mar, y más allá aún del final de estas, las casas de los suburbios se extendían a lo largo de la costa otras dos millas aproximadamente. Desde el otro lado del gran puerto del Cuerno de Oro, el aspecto de la ciudad era muy distinto. Aquí, enfrente de las murallas, se veía una extensión de tierra, que aumentó gradualmente con los siglos, cubierta de atracaderos, almacenes y muelles, donde fondeaban los buques, y donde con el tiempo se construyeron casas sobre el agua sostenidas por pilares. En este lugar, numerosas puertas daban a los distritos comerciales situados detrás; había aquí poco verdor. La suave pendiente de la colina central estaba cubierta de casas, excepto en el barrio de la ciudadela, del extremo oriental; en el distrito más espacioso de Blaquernas, del extremo occidental, un palacio imperial y una iglesia daban cierto aire de dignidad al barrio. Fue aquí donde primeramente se permitió que se establecieran los comerciantes italianos. El barrio de las tiendas más elegantes estaba en el interior. A lo largo de la colina central, desde la entrada del Palacio y del Hipódromo se extendía hacia el occidente, en una longitud de dos millas, la calle llamada de Mesê, la calle central, ancha, con arcadas a uno y otro lado, que atravesaba dos foros –espacios abiertos adornados con estatuas–, el foro de Constantino, próximo al Palacio, y el extenso foro de Teodosio, y se dividía finalmente en dos vías importantes, una que iba a través de los foros del Toro y de Arcadio hasta Studium, la Puerta de Oro y la Puerta de Pegae, y otra que pasaba por la iglesia de los Santos Apóstoles hasta Blaquernas y la Puerta Charisiana; a lo largo de las arcadas de la calle Mesê estaban las tiendas más importantes, dispuestas en grupos, con arreglo a sus mercancías; los orífices, y junto a estos los plateros; los vendedores de tela, los mueblistas, y así sucesivamente. Las más lujosas de todas estaban cerca del Palacio, en los baños de Zeuxippo. El emporio de la seda era el gran bazar conocido por la Casa de las Luces, debido a que sus ventanas estaban iluminadas por la noche.


No había ningún distrito que fuese exclusivamente elegante. Los palacios, las 
viviendas humildes y las ciudadelas se codeaban. Las casas de los ricos se 
construían al viejo estilo romano, de dos pisos, con una fachada sin adornos, 
y cuyas habitaciones rodeaban un patio interior, cubierto a veces y adornado 
generalmente con una fuente y cualquier ornamento exótico que pudiera sugerir  
la fantasía. Las casas modestas tenían balcones o ventanas mirando a la 
calle, desde donde las mujeres podían enterarse de la vida de sus vecinos. 
Las calles destinadas a viviendas habían sido construidas en su mayor parte 
por contratistas particulares, pero una ley de Zenón trató de introducir algún 
orden en esto. Debían tener doce pies de anchura y los balcones no podían 
avanzar sobre la pared opuesta más allá de la distancia mínima de diez pies, 
y tenían que estar a una altura de quince pies del pavimento. Las escaleras 
exteriores estaban prohibidas, y en aquellas calles que habían sido construidas 
ya con menos de veintidós pies de anchura se prohibieron las ventanas 
salientes, permitiendo solo unas rejas para la ventilación. Esta ley subsistió 
como carta fundamental del urbanismo en Bizancio. Existía una regulación 
estricta de los desagües. Todos los desagües iban al mar, y nadie, excepto un 
personaje imperial, podía ser enterrado dentro de la ciudad. Médicos oficiales 
cuidaban en cada distrito, con gran atención, de la salud pública.

En contraste con las estrechas calles, había jardines públicos extensos, sostenidos 
por el erario municipal. El Gran Palacio y posesiones anexas estaban 
en la parte sureste de la ciudad; las edificaciones ocupaban casi una milla. 
Junto a él se hallaba el Palacio Patriarcal con todas sus dependencias; había 
otros palacios imperiales diseminados por la ciudad. Casi en cada esquina 
había una iglesia: encontramos las inmensas iglesias de Santa Sofía, de los 
Santos Apóstoles, la nueva Basílica de Basilio I y un centenar de santuarios 
más pequeños. Se encontraban también los edificios de la ciudad, bibliotecas, 
acueductos, cisternas, baños públicos, y, por encima de todos, el Gran 
Hipódromo."


Steven RUNCIMAN, La civilización bizantina, 1942. Adaptado


Ahora, siguiendo el esquema que se ha dado para primero de la ESO analiza el texto.

Analizar un texto

Como todos sabemos, analizar un texto es comprenderlo y, para ello, vamos a seguir unos pasos. Estos pueden variar dependiendo del texto y el autor pero, vamos a seguir unos pasos sencillos, muy sencillos. Primero entenderemos los conceptos, buscaremos aquellas palabras que no entendemos. Por ejemplo, en el texto sobre el nacimiento de la agricultura. vamos a ver qué palabras no entendemos, así tendríamos:


  • Tachonada.
  • Apacentado.
  • Sílex.
  • Perturbado.
  • Tosca.
  • Denotaba.
  • Vadeó.
  • Próximo Oriente.
  • Faz.
  • Ruda.
  • Media Luna Fértil.
Busquémoslas, en Wikipedia, en la RAE, donde más os guste. Una vez realizado esto y entendido todo el texto vamos a situarlo cronológicamente, ¿dónde se situaría en nuestro ejemplo? Coloquémoslo también geográficamente, ¿dónde se ha producido el encuentro?

Ya lo hemos colocado en el tiempo y en el espacio, ahora preguntémonos por las ideas principales, por ejemplo, ¿de qué cambio se habla en el texto?; ¿qué diferencia hay entre los cazadores y los habitantes de la aldea?; ¿de qué viven unos y otros?; ¿cómo son sus casas?; ¿qué comen los unos y los otros?; ¿por qué realizan el trueque?; ¿cómo surge el comercio?

Hemos entendido el texto, lo hemos situado, hemos extraído sus ideas principales, sólo nos queda interpretarlo, preguntarnos, por ejemplo: ¿por qué el texto se sitúa en ese lugar y no en otro?; ¿hay división de tareas entre hombre y mujeres?; ¿qué ocurriría después con unos y otros protagonistas?

Ahora, analizad vosotros el texto contestando a todas las preguntas que os he planteado.



Como podéis apreciar durante el Antiguo Régimen, es decir, el período anterior a la Revolución Francesa, no todos los hombres eran iguales. Se distribuían en estamentos, y estos no quedaban marcados por el dinero, sino por el nacimiento.

Además, dentro de los privilegiados, existían también diferentes estatus, como podemos observar en el texto cuando dice:

 

Así, la educación, también vendrá marcada por el estamento al que se pertenezca ya que sólo aquellos que pertenecen a los privilegiados necesitan conocer algo diferente a su oficio.


Pero en España, la diferencia es que este tipo de costumbres se están perdiendo, y así ya no se seguirá esto tan estrictamente:

Como bien sabéis, cada día leemos durante unos minutos, unas veces en silencio y otras lee uno y los demás escuchan. Para saber que todos leéis vamos leyendo partes del texto cada uno al azar. El texto de hoy está extraído y adaptado de la obra La revolución del Neolítico (Orígenes del hombre) de P. Knauth.

Como siempre, sabéis que en lo primero que nos fijaremos es en los conceptos, es decir, ¿qué palabras o conceptos no entiendo? Después nos centraremos en las ideas principales para, una vez que sabemos cuáles son éstas nos preocupemos de interpretar el texto, o lo que es lo mismo, en profundizar más en aspectos esenciales del mismo. Por último, reflexionaremos sobre el texto y lo que supuso en la Historia de la Humanidad.

Vayamos pues al texto:

"Algunas chozas de paredes de barro y techos de paja se levantaban en el meandro de un río poco profundo, un solitario núcleo de vida en una llanura tachonada de encinas que se extendían suavemente por la falda de unas montañas nevadas. En todo el territorio que la vista podía abarcar, no había otro establecimiento humano. Río abajo, un rebaño de cabras, apacentado por un joven, pastaba en la hierba ya marchita por el sol. Cerca del poblado, algunas mujeres, provistas de cestos y de hoces de madera con hojas afiladas de sílex, se movían entre manchas irregulares de una alta hierba amarilla cuyos tallos terminaban en una doble hilera de semillas doradas. La hierba -un trigo primitivo- apenas se distinguía de la que crecía en estado silvestre en las lejanas laderas de las montañas. Pero era distinta: había sido plantada deliberadamente, no sembrada al azar por el viento.

De repente, un grito del muchacho rompió la calma del poblado. Los hombres echaron mano de las lanzas, provistas de puntas de piedra; las mujeres que trabajaban entre la hierba cogieron sus cestos a medio llenar y echaron a correr hacia el poblado. en la llanura podía verse lo que había perturbado a los aldeanos: se aproximaba una fila de hombres, mujeres y niños, unos 20 individuos en total. Su tosca apariencia denotaba que eran cazadores. Uno de los hombres había colgado sobre sus hombros el cuerpo de una oveja salvaje recién matada. Cuando los recién llegados se aproximaron a la orilla del río, enfrente del poblado, levantaron sus manos para demostrar su intención pacífica. No habían esperado encontrarse con gente viviendo en chozas de barro allí donde, sólo un año antes, no había ninguna vivienda.

Mientras nómadas y aldeanos se miraban de una orilla a otra del río, uno de los desconocidos señaló hacia el cuerpo de la oveja y después hacia los cestos de semillas. Los aldeanos comprendieron lo que quería decir, y una mujer llevó un cesto de trigo y lo depositó junto a la orilla del río. El cazador que llevaba la oveja levantó dos dedos, y la mujer colocó un segundo cesto junto al primero. Los forasteros consultaron entre sí, y el cazador dejó la oveja en tierra. Un hombre del poblado vadeó el río con los dos cestos de grano y tocó ligeramente el animal. A su vez, el cazador tocó los cestos. El trato estaba cerrado.

Por supuesto, este encuentro es imaginario, pero, indudablemente, pudo haber sucedido. Debieron de ocurrir muchos episodios como este en el antiguo Próximo Oriente cuando bandas nómadas de cazadores-recolectores intercambiaban su caza por los cereales de los aldeanos y, de este modo, contribuyeron a realizar cambios que pronto iban a transformar la faz de la Tierra. Los campesinos, a pesar de que su vida podía ser ruda y difícil, vivían en otro plano de existencia. Eran los primeros agricultores del mundo, gente que había aprendido a cultivar una planta que proporcionaba alimento: no se limitaban tan solo a recolectar las plantas alimenticias, que se criaban de un modo natural, sino que las hacían brotar en un lugar donde ordinariamente no crecían.

Este progreso, que parece muy simple, y que constituye uno de los más importantes y espectaculares episodios de la evolución de la humanidad, tuvo lugar por primera vez hacia el 8000 antes de Cristo en el Próximo Oriente, en algún lugar de lo que se denomina la Media Luna Fértil, el arco montañoso de tierra habitable que limita por el norte el desierto de Arabia."

Durante el Antiguo Régimen, como bien sabemos, la sociedad se organizaba de manera estamental. En el siglo XVIII José Cadalso escribió sus famosas Cartas Marruecas en las que nos describe la centuria mediante una serie de epístolas. Para acercarnos más a esta sociedad leeremos la Carta VII que encontraremos a partir de la página 26.

A partir de la lectura contestaréis a una serie de preguntas que os pondré en un próximo post. Disfrutad...

Para empezar

Para empezar nos leeremos esta página, lo haremos con detalle, despacio, muy despacio, comprendiendo y saborenado lo que aquí se nos dice.